Page 54 - Hasta el viento puede cambiar de piel
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Yo sabía lo que hacía: un mapa del pueblo en la tierra. Localizamos las casas de

               las desaparecidas y las paradas del centro y la del camión de la ruta 23. Y ahí
               justo bajo nuestras narices lo teníamos, ni siquiera una ráfaga del oeste (que
               borró nuestros trazos y que me puso un poco morena, un color exagerado para
               un sol de la tarde que se despide) evitó que viéramos algo muy obvio: no
               importaba que fuera horrible la parada junto al hospital abandonado, era un lugar
               que quedaba muchísimo más cerca de la casa de las tres señoras desaparecidas
               que la parada del centro del pueblo. Las tres mujeres debieron pensar que bien
               valía la pena evitarse la caminata. Las muchachas, Ena y Nati, tal vez habían
               tomado el camión de esa ruta porque tenían prisa o porque no les importaba
               caminar.


               Ya se había ocultado el sol y no podíamos ir a investigar a la parada de la ruta
               23, pero al menos ya sabíamos por dónde sí tenía sentido empezar a buscar. Una
               pequeña esperanza de encontrar a las mujeres desaparecidas parecía abrirse paso
               en nuestro camino, tal como un rayo del amanecer que surca el espacio y se
               cuela por entre las nubes, las hojas de un árbol, el vidrio de la ventana y el
               espacio entre la cortina y la pared, para poder entrar a tu casa e iluminar tu rostro
               cuando estás dormida.
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