Page 55 - Hasta el viento puede cambiar de piel
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ANTES DE DESPEDIRNOS quedamos de acuerdo en que después de clases
iríamos a buscar las pistas en la parada de la ruta 23.
Camino a casa me puse a repasar el trayecto más directo que podíamos tomar de
la escuela hasta la parada del autobús que nos hiciera perder menos tiempo, del
mismo modo que me imaginé hacer a los pájaros cuando planeaban su viaje a
tierras calientes en el invierno.
Sin embargo, al llegar a casa, mi prima Érika me recibió con una noticia:
—Debes de estar muy contenta... —mi gesto de no entender a qué se refería hizo
que se explicara—. Decidieron suspender las clases hasta nuevo aviso.
—Pero, ¿por qué? —me escuché contestando preocupada. En un segundo vi
cómo mi plan de recorrido se había esfumado; seguro que eso no le pasaba ni a
los patos, ni a las golondrinas.
—Bueno, todas las mamás están preocupadas de que también puedan
desaparecer las niñas.
Muchos pensamientos ridículos había tenido con este asunto, pero lo más
ridículo de todo me pareció que alguien pudiera querer desaparecer a unas niñas
que nunca han trabajado (a veces ni siquiera en labores del hogar) y que no le
servirían a nadie para nada. Eso estaba pensando cuando entró mamá a la casa.
Como todas las noches, se supondría que la iría a abrazar y la ayudaría a cargar
la bolsa de pan que siempre traía para que merendáramos. Pero esa vez, mi
recibimiento fue distinto, ya que confundida le dije:
—¿Supiste que quieren suspender las clases?
—Y me da mucho gusto; sólo así las mamás podemos estar tranquilas.
Érika fue quien le tomó la bolsa de pan a mamá que de inmediato protestó: