Page 60 - Hasta el viento puede cambiar de piel
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Mamá gritaba desde su cuarto:


               —¿Quién es?


               Yo me había levantado de la mesa y me acerqué a él. Entonces me dijo:


               —Ivón... Mi tía Estela desapareció.


               Mamá llegó al escuchar la voz de mi amigo. Él apenas pudo explicarnos lo que
               había pasado, pues sus palabras sonaban agitadas y se golpeaban unas con otras,
               como en un choque de autos. Según le pude entender, su tía Estela había
               recuperado el olfato la tarde anterior. En cuanto acercó su nariz a una guayaba
               madura y pudo percibir el aroma de las ramas del árbol que la había dejado caer
               y el olor a tierra en la mano que la había recogido, sintió que ya estaba mejor. Se
               concentró en el aroma a manzanilla en el cabello de su hermana Miranda y así,
               sin llamarla y con los ojos cerrados, siguió su claro perfume por las habitaciones
               de la casa, hasta encontrarla leyendo en su sillón. Entonces, sin que nadie se lo

               esperara, tomó su chal y, a pesar de que su hermana le dijo que debía esperar
               hasta el día siguiente, la tía Estela insistió en que sería fácil encontrar a su amiga
               Lulú, la del cabello con olor a miel de ciruela. Le prometió a su hermana que iría
               con la policía y les diría que ella los guiaría hasta donde estaban las mujeres
               desaparecidas. Una hora más tarde habló de la comisaría diciendo que nadie
               había creído que ella podía seguir el aroma del cabello de las mujeres perdidas y
               encontrarlas, así que había decidido buscarlas sola. Toda la noche estuvieron
               esperándola y después Mario nos dijo:


               —Mi tía Miranda fue muy temprano a la estación de policía con mis otras tías —
               le dijo a mamá—. Me pidieron que le dijera que si podía ir usted a la comisaría,
               para que se metiera en los pensamientos de los policías y exigir que hicieran
               algo.


               El problema era que mamá ya lo había intentado sin éxito, y es que sus
               pensamientos sólo penetraban la mente de las mujeres. Y si no había una mujer
               policía en la delegación, penetrar en la mente de alguno de los hombres era tan
               difícil como intentar atravesar una nuez con un palillo, según recuerdo que me
               dijo alguna vez.


               —Otra cosa... que no les dije... —externó Mario, ya un poco más tranquilo—: La
               maestra Brenda tampoco ha llegado a su casa.
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