Page 77 - Hasta el viento puede cambiar de piel
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que fueron acariciados con una sonrisa, zapatos con fuerte aroma a piel y a
campo, zapatos que soportaron caminos empedrados y terracerías, zapatos que
nunca tosieron ante el polvo y aguantaron sin gruñir el contacto agresivo del sol,
zapatos que formaban parte de una gran familia guardada en el clóset, zapatos
que asomaban por entre las patas del sillón, olfateando con su hocico los pasos
de los demás. Zapatos que son una gran incógnita... ¿por qué fueron
abandonados?, ¿quién camina descalzo ahora? Zapatos que no serán más...
Zapatos... Zapatos... Zapatos...
Entonces me desperté, o eso creí que hacía, y busqué a la maestra por todo el
cuarto:
—Maestra, maestra...
Sentí mi piel empapada de sudor y mi cabeza hirviendo. ¡Hígados de pollo!
Ahora estaba segura: tenía fiebre.