Page 78 - Hasta el viento puede cambiar de piel
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MAMA ME DIJO que si había tenido fiebre, con mayor razón debía quedarme
en casa. Eran las siete de la mañana y mi temperatura era normal, pero ella no
quería que yo corriera riesgos. Fiebre es una palabra terrible para las madres que
dejan solas a sus hijas. Las madres, me imagino, deben de ver todas las
enfermedades como ladrones con cuchillo que pueden entrar en tu casa en
cuanto te descuidas y dejas abierta una ventana toda la noche (como yo lo había
hecho) o que te pueden atacar por la espalda cuando no llevas un suéter para
salir a la calle. No importa que afuera estén cocinándose las piedras, una madre
es capaz de hacerle usar suéter a los árabes del Sahara, claro, si son sus hijos. No
importaba que la fiebre ya se hubiera ido, yo podía recaer (y recaer era una
palabra todavía más terrible que fiebre). Por eso, mamá le pediría a mi prima que
viniera a verme mientras ella iba a la fábrica para exigirles a sus jefes que
hicieran algo respecto a su compañera desaparecida o “amenazaría con organizar
una huelga con todas las de la ley”, según dijo.
Lamentablemente para los planes de mi madre, mi prima Érika no podía venir
pues tenía guardia toda la mañana en el hospital donde trabajaba.
—Ya me siento bien, mamá —intenté tranquilizarla por cuarta vez.
—No importa. No me gustaría que te quedaras sola.
Se me ocurrió entonces una idea:
—¿Y si viene Tania a acompañarme?
Por suerte la mamá de Laura-Tania tenía el mismo problema. No el de haber
tenido una hija con fiebre y alucinaciones, sino el de tener que salir a la ciudad
con otras mujeres a recolectar firmas para exigir la acción de las autoridades y
por eso no podía llevar a su hija, así que al poco tiempo llegó a nuestra casa
dispuesta a dejar a Tania conmigo y salir con mi madre rumbo a la ciudad.
Desde que me había levantado, algo en mi interior me tocaba en el hombro y me
pedía con urgencia que preguntara una duda que tenía, y vi mi oportunidad