Page 85 - Hasta el viento puede cambiar de piel
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fuera que hubieran estado haciendo, algo les impidió que continuaran con su
vida y los únicos que podían decirnos qué era ese algo eran esos mudos zapatos.
Justino Juárez (El Bicho) no pudo retener más las lágrimas, mientras se acercaba
a nosotros abrazando las pantuflas de su abuela. Parecía como si tuviera miedo
que de pronto esos zapatos escaparan volando:
—Tenemos que buscar en el profundo desierto.
Subimos la zanja y vimos el interminable llano, que parecía decirnos “si
caminan por aquí, sólo encontrarán piedras, sol y arena”.
Entonces recordé algo y me atreví a decirlo a los demás:
—La pulsera.
—¿Qué pulsera? —preguntó el Bicho.
—La que encontramos ayer —aclaró Tania.
—La maestra Brenda nos preguntó si habíamos encontrado otras pulseras —les
informé.
—¿Por qué cree que haya más? —preguntó Mario.
—No sé, pero deberíamos buscar —dije decidida, mientras el Bicho, con cara de
no entender nada, nos interrogó:
—¿De qué están hablando?
Era un presentimiento extraño, pero todos estuvieron de acuerdo en que aunque
resultara raro buscar unas pulseras alrededor de un edificio abandonado, era más
loco caminar sin rumbo por el desierto.
Tania nos indicó dónde le había dicho Laura que había encontrado la pulsera.
Estábamos a unos metros del edifico del hospital. Desde ahí comenzamos a
buscar. Apenas había movido una lata y dos piedras, y ya me sentía estúpida
(como cuando uno busca dinero en el fondo del cajón de su buró; uno sabe que
no va a encontrar nada, pero siempre hay la esperanza de que dos monedas se
hayan quedado atrapadas y hayan engendrado más moneditas que uno podrá