Page 87 - Hasta el viento puede cambiar de piel
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SABÍAMOS QUE NOS ESPERABA un fuerte regaño de la maestra, pero justo
marchábamos por el camino de tierra (que por el cansancio me parecía que se
había alargado y que ya no medía tres estadios de futbol sino seis), cuando
escuchamos a nuestras espaldas llegar un ruta 23. Corrimos hasta el otro extremo
del edifico y nos escondimos tras la pared. Vimos la figura de una mujer
descender del autobús y venir rumbo al hospital. Todo lo que teníamos que hacer
era esperar a que pasara de largo y entonces podríamos salir de nuestro
escondite. Pero después de unos minutos, la mujer no aparecía.
Con cuidado, Mario se asomó y dijo:
—Está buscando algo en el suelo.
Yo me asomé y la reconocí: era la maestra Brenda, que seguramente buscaba las
pistas que ya habíamos hallado nosotros.
—Maestra —le gritó Tania.
Casi se cae del susto cuando nos vio aparecer detrás del hospital.
—¡Pero, qué impresión! ¿Qué hacen aquí, niños?
En vez de darle explicaciones e ideas para que sacara sus anteojos y nos volviera
a caer un castigo encima, me adelanté y le di las pulseras:
—Encontramos esto.
—Deberían ser siete, igual que las desaparecidas, pero no encontramos la que
falta —dijo Mario.
La maestra las recibió y las examinó. Sin que ninguno de nosotros se lo esperara,
se llevó una mano al rostro y se cubrió los ojos como si estuviera a punto de
desmayarse. Entonces Mario y el Bicho la tomaron de los brazos y evitaron que
se desplomara. La ayudamos a llegar hasta una piedra, justo en la sombra del
edificio donde habíamos estado hacía unos minutos.