Page 89 - Hasta el viento puede cambiar de piel
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CUANDO LA MAESTRA BRENDA nos explicó sus sospechas, yo apenas lo
podía creer, pero sólo había dos modos de averiguar si tenía razón: preguntando
a los parientes de las mujeres desaparecidas o revisando los viejos registros del
hospital.
Nuestra profesora nos reveló que cuando los papás de su tía Frida esperaban que
naciera, tenían planeado ponerle Melquiades, pues esperaban que fuera niño. En
esa época, según nos explicó, no se podía saber el sexo de un bebé antes de nacer
y la gente siempre tenía listos dos nombres: uno por si el bebé resultaba niño y
otro por si nacía una niña.
—Cuando mi tía nació, le pusieron Frida —nos explicó—, pero si hubiera sido
niño, le hubieran llamado Melquiades, como decía en la pulsera de recién nacido
que me dieron, justo como después le pusieron a su hermano menor.
—¿O sea que estos son los nombres que hubieran tenido las mujeres
desaparecidas si hubieran sido niños? —preguntó Tania mientras pasaba entre
sus dedos dos de las pequeñas pulseras.
—Eso es lo que tenemos que averiguar —aclaró la maestra mientras se ponía de
pie.
Entonces vimos cómo el Bicho se ponía pálido, pálido (otra cosa que nunca
habíamos visto en él). La profesora al verlo le preguntó:
—¿Qué te pasa, Justino?
Miraba tan asustado las pulseras que sostenía la maestra, que cualquiera hubiera
pensado que se habían transformado ante sus ojos en serpientes venenosas.
—Maestra, mi abuela se llama Bernarda Josefina.
Hasta entonces le contamos a la maestra sobre la desaparición de la abuela del
Bicho. Ella se acercó a él, lo tomó de la mano y le dijo mientras lo abrazaba: