Page 94 - Hasta el viento puede cambiar de piel
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El viejo se puso de pie y por un momento creí que sus últimos pasos los gastaría
en alcanzarme y eliminarme.
—¿No te han enseñado a respetar a tus mayores?
—Cálmese, señor —el Bicho se interpuso e intentó tranquilizar al hombre que
en diez segundos ya se volvía a sentar, tal vez convencido de no gastar sus
energías en una insolente como yo—. Su hija no hizo nada, pero quisiéramos
saber algo de ella.
Molesto por mi presencia, el anciano me dijo, mientras arrugaba su frente mucho
más que la piel de una ciruela pasa:
—Si vas a quedarte a escuchar una plática de hombres que no te incumbe,
entonces al menos haz algo de provecho y lava los platos.
Jamás me había sentido tan incómoda en toda mi vida, pero creí que si salía
corriendo de ahí, como en realidad quería hacerlo, y no le hacía caso al señor, no
averiguaríamos nada; y al parecer, al menos el Bicho le había simpatizado, así
que si me aguantaba un poco, tal vez podríamos obtener algo.
Me dirigí a la cocina y abrí la llave de agua sobre una pila de platos con una
costra de mugre y grasa tan repugnante que de haber sido míos los hubiera
preferido tirar. Sentí la mirada del viejo observando mis movimientos y juzgando
hasta el modo en que tomaba la esponja de jabón.
—Igual de inútil que Pilar en la tortillería —lo escuché decir—. Por cierto,
¿dónde está mi kilo de tortillas?, ¿dónde está Pilar?
—Es lo que queremos averiguar —le respondió Jujú.
—Es tan inútil que seguro se perdió en su casa. Las mujeres son una carga que
no debería existir.
Entonces el Bicho se atrevió a lanzar una pregunta que ni Sherlock Holmes en su
momento más audaz se habría atrevido a hacer.
—¿Le hubiera gustado que ella fuera hombre?
Cerré la llave del agua por un momento. El hombre a la distancia me pareció que