Page 123 - Hasta el viento puede cambiar de piel
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Me aparté de ella. Y le pedí que me ayudara:
—No lo soñé. Mamá desapareció.
—Vamos con tu prima a preguntarle y verás que tengo razón, que tuviste un mal
sueño. Sí, vamos con ella. Necesito pedirle unas aspirinas.
Me di cuenta de que no iba a obtener nada de la señora, pero al recordarme a
Érika, comprendí que mi prima podía ayudarme. Tenía que ir con ella y avisarle.
Dejé que la señora Lulú me tomara del brazo y comenzamos a caminar rumbo al
pueblo.
Intenté contarle todo el asunto de las mujeres desaparecidas, pero ella parecía ser
un maniquí con oídos rellenos de yeso, pues en apariencia no escuchaba nada de
lo que le decía:
—Nada mejor para las mujeres y las plantas que la luz de la luna.
De una cosa me di cuenta en el trayecto. Nunca habíamos tenido pruebas de la
desaparición de Lulú: nunca encontramos su pulsera, la maestra no halló sus
papeles en el hospital y ni siquiera yo había cambiado de piel cuando
supuestamente desapareció. Miré a la señora Lulú con su vestido de colores y su
ridículo sombrero, empujando feliz su carrito y pensé que ella también había
extraviado algo: había perdido su mente en algún lugar del desierto o en algún
callejón abandonado.
El viento soplaba frío y agresivo. Era un viento del sur que me hizo tomar un
ligero color a plátano. Llegamos al centro del pueblo y debía separarme de ella si
no quería perder más tiempo. Le dije:
—Voy a ir por mi prima. Ella me ayudará. Gracias por su ayuda.
La señora me miró de un modo extraño, borró su sonrisa y dijo:
—Tal vez no es aún tu hora —soltó el carrito y se acercó a mí, me miró el
cabello y me lo acomodó—. ¿De verdad quieres ir con tu mamá?
No supe qué responder. ¿Estaba hablando en serio?
La señora Lulú emitió un suspiro y me dijo con tono severo: