Page 128 - Hasta el viento puede cambiar de piel
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Mistral se sentó en uno de los sofás, mientras varios perros falderos la rodeaban.
—¿Qué te parece mi pequeño hogar? ¿No es lindo? Todos los espíritus de los
vientos tendemos a coleccionar cosas. Mira —se puso de pie y me mostró dos de
sus revistas—. Éstas me las llevo cuando estoy paseando por los rincones de las
ciudades y se me antoja leer un poco —se acercó a un sillón sobre el que
descansaba mucha ropa—. Estos vestidos tan bonitos los he arrastrado de
algunos tendederos. ¡Ah!, pero éstos —señaló su sofá más grande y la escultura
del caballo— me los traje una vez que andaba un poco enojada y con los ánimos
huracanados.
Yo estaba tan confundida que lo primero que salió de mi boca fue una pregunta
de lo más tonta:
—¿Y los perros y las flores?
—¡Bravo! No estás muda después de todo —repuso mientras volvía a su gran
sofá—. Mira, a todos los espíritus de la naturaleza nos gusta rodearnos de
animales y plantas. Claro que tengo que decirte que el espíritu de la lluvia no
soporta a los gatos —con un gesto me invitó a sentarme—. Pero siéntate, mi
pequeña.
Yo me sentí muy nerviosa y decidí quedarme de pie. No todos los días uno visita
la casa de un espíritu de los vientos. Entonces, me atreví a insistir sobre lo que
realmente me importaba:
—¿Dónde está mamá?
Ella se levantó y me dijo:
—Estabas con ella hace un rato.
Se encaminó hasta las plantas en el carrito de supermercado y me mostró las
flores que estaban ahí. Una extraña idea corrió por mi mente, pero tan rápido,
que no pude reaccionar ante lo ridícula que era, así que simplemente dejé
escapar las palabras:
—¿Las transformó en flores?
Mirándolas con extrañeza me contestó con otra pregunta: