Page 48 - Un abuelo inesperado
P. 48
–Ya te digo –bufó mi abuelo, o resopló–. Eran tiempos duros. Sin apenas un
minuto libre. Le decía que me esperase despierto, leyendo. Pero todas las
noches, cuando llegábamos a casa, me lo encontraba dormido, con la luz
encendida y sin ningún libro entre las manos.
–¿Y la tía Helena?
–Tu tía en aquellos años era pequeña, una santa. Entonces todavía vivía tu
bisabuela, casi se puede decir que la crio ella. Este negocio era muy sufrido, hijo.
Siempre al pie del cañón. No cerrábamos ningún día de la semana. Cuando tu
padre decidió que no quería saber nada de todo esto, dejamos de dar cenas; luego
cerramos los domingos; luego, los sábados también...
–¿Papá estuvo trabajando aquí?
–Una temporada.
–¿Una temporada?
–Acabó los estudios, aprobó todo. Algunos de sus amigos se marcharon del
pueblo, a la universidad. Otros de su pandilla ya habían dejado de estudiar hace
años. El Gúmer atendía las viñas de su padre como nadie. Ahora tiene todo un
imperio de barricas de roble. Tinajas arreglaba tractores, coches, motos... El
taller por el que hemos pasado esta mañana es suyo. Pero tu padre no sabía qué
estudiar. Nada le gustaba. Le faltaba confianza. Le propuse estudiar cocina,
pero... Malditas lagartijas. Ya no estoy para subirme a la escalera y pintar nada.
Me duelen todos los huesos. Ya no pinto más. Vamos, cruza.
Y crucé. Miré a ambos lados: nadie. El asfalto gris, cariado, con hierbajos que
salpicaban aquí y allá. Parecía una de esas carreteras desiertas del Oeste
americano. Me detuve justo en el medio, sobre aquella línea continua divisoria y
medio borrada. Caminé como un funambulista: con los brazos extendidos. La
vista fija en aquella línea-cuerda. Manteniendo el equilibrio, la respiración. Uno,
dos, tres, cuatro, cinco, seis pasos. Me giré. Realicé el recorrido inverso. Mi
abuelo ya estaba al otro lado, abriendo la reja.
–Tu padre hacía lo mismo –me dijo–, pero con coches.
Empujó la verja, que crujió. Abrió la puerta y se me quedó mirando como si le
doliese algo.