Page 52 - Un abuelo inesperado
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fuerzas. Imagino a mis autores favoritos. Escribo en mis cuadernos.
–¿Con pluma?
–Claro, con pluma de gallina de corral. Lo intenté con una pluma de papagayo,
pero no encontré la adecuada. Qué tonterías dices, Ismael. Escribo con un
bolígrafo. Un bolígrafo de color negro de toda la vida, de estos. Lo malo es que
me tiembla el pulso y me salgo de la línea, pero me da igual. Esto no lo va a leer
nadie.
–Ya. ¿Y la botella?
–Un vasito de ese licor a media mañana es lo mejor para mantener frescos los
recuerdos. Hay veces que se forman lagunas en la memoria y hay que
disolverlas. Ese pequeño pasillo da a la cocina.
–¿También está entera? Quiero decir que si también están las sartenes, las ollas,
las cacerolas... todo en su sitio, como aquí.
–No. La cocina está vacía. Imposible hacer un huevo frito. Bueno, está el
frigorífico. Si no se ha ido, claro.
Debí poner cara de imbécil.
–Se mueve un poco. El suelo está algo inclinado y se ve que el motor es de esos
de fórmula uno.
–Ya.
–La cocina era el reino de tu abuela. Tenía magia en las manos. Todas las recetas
se las sabía de memoria. Nada de apuntar que si media cucharada de esto o de lo
otro. Tu abuela aseguraba que no había un cocinero perfecto y que el secreto de
la cocina estaba en el cuchillo, ¿qué te parece? Tienes que pedirle que te prepare
su famosa mousse de yogur. Para chuparse los dedos. Un día vinieron los de la
televisión a preguntar. Tu abuela le dio la receta a todo el país, sabiendo que
nadie podría hacerla igual que ella.
–¿Me dejas mirar dentro?
–¿Dentro de la cocina?