Page 51 - Un abuelo inesperado
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ENTRAMOS. Mi abuelo se acercó a una ventana y subió algo la persiana. La luz
de fuera ya estaba dentro. Hizo lo mismo con otras tres, las que daban a la
fachada principal, a la carretera que cicatrizaba el pueblo.
Las mesas estaban estratégicamente distribuidas, perfectamente alineadas, una
silla a cada lado de la mesa. Cada mesa con su mantel perfectamente planchado,
un plato llano por comensal; los tenedores, a la izquierda del plato; cuchillos y
cucharas, a la derecha; el cubierto de postre como una tilde; una copa de vino,
otra de agua. Sobre cada plato, una servilleta plegada en forma de triángulo. Y
en el centro de cada mesa, un pequeño jarrón vacío, sin flores.
–Todo está en su sitio, como puedes ver. Solo falta la clientela.
Quise decir algo, pero no dije nada. Recorrí aquel espacio con la vista hasta que
di con dos mesas de madera juntas, sin mantel, sin platos ni cubiertos; repletas
de libros, papeles, cuadernos abiertos, cuadernos cerrados, bolígrafos y
rotuladores, una botella de vidrio rugosa, medio llena, con un tapón de corcho
renegrido en la boca, un vaso de cristal, una vieja máquina de escribir con un
folio puesto, en blanco, por lo que pude ver.
–¡Guaau! ¡Eres escritor! –afirmé, no lo pregunté.
–¿Escritor? –tosió mi abuelo. Una tos de miedo, de «te han pillado»–. Nada de
escritor. Me paso las mañanas recordando mi vida de idas y venidas. No molesto
a nadie, creo yo. Dentro de los cuadernos está mi biografía.
–Pero si estás escribiendo es que eres escritor.
–Visto así...
–¿Y escribes a máquina?
–Ojalá supiera. La tengo ahí más por decoración que por otra cosa. Me da