Page 56 - Un abuelo inesperado
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–El que acabas de cerrar. Si quieres agua, tendrás que beber a morro. Con las
               sacudidas de ese maldito motor, no podemos tener los vasos en el aparador de la
               cocina. Corren como los lemmings y se precipitan al suelo.


               –¿Lemmings? –dije cogiendo la botella, dejando que la puerta de la nevera se
               cerrase lentamente. ¡Ploof!


               Y el motor se puso en funcionamiento al sentir que no se le podía escapar
               ninguna frigoría. El frigorífico empezó a temblar desde los pies a la cabeza. Si es
               que los electrodomésticos tienen pies y cabezas.


               –¿Sabes lo que es un lemming? –me preguntó desde su silla–. Seguro que no.


               –Sí, claro que lo sé. Un político ruso del siglo pasado. Papá estuvo leyendo su
               biografía. Tenía el libro en su mesilla.


               –Vaya, qué sorpresa. Tu padre lee. Y sobre revolucionarios soviéticos.


               –Me enseñó la foto de su momia. Tenía una perilla como la de nuestro maestro
               de Educación Física. Está embalsamado.


               –He dicho lemming, no Lenin. Ya sé que está embalsamado. Hace no sé cuántos
               años organizamos un viaje a Rusia, a Moscú. Benito fue el encargado de mirar
               aviones y eso. Una de las cosas que queríamos visitar era la Plaza Roja y el
               mausoleo del amigo Lenin...


               –¿Era tu amigo? ¿No me digas que estuvo comiendo aquí?


               –¡Qué tonterías dices! Es una forma de hablar. No creo que tuviera muchos
               amigos el camarada. Los que se apuntaron al viaje acabaron en Benidorm. Digo
               acabaron porque yo no pude acompañarlos. Se lo pasaron de maravilla. Pero lo
               que te quería decir: los lemmings son unos roedores del Ártico. Se dice que se
               suicidan en masa arrojándose al mar desde los acantilados más altos de aquellas
               tierras... –me decía mi abuelo desde el comedor.


               Su voz me llegaba nítida, como si no hubiese por medio un pasillo, un tabique de
               ladrillo y un frigorífico que se movía como un pingüino despistado.
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