Page 60 - Un abuelo inesperado
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               ERA CASI LA UNA Y MEDIA del mediodía cuando salimos del restaurante y

               tomamos el camino de vuelta a casa. Mi abuelo caminaba más lento, más
               cansado, más encorvado. De vez en cuando se paraba y miraba al cielo.

               –¿Tienes hambre? –me preguntó.


               –Me comería una ballena.


               –¿Barbada o dentada?


               –¿Cuál es más grande?


               –La ballena azul. Mide alrededor de treinta metros. Más o menos lo mismo que
               dos autobuses seguidos, uno detrás de otro. Imagínate para aparcarla.


               –Pues una ballena azul.






               Pero no era ballena lo que teníamos para comer. Ni azul ni gris ni beige. Ni
               ningún otro tipo de cetáceo. Por el contrario, un delicioso olor a guiso bajaba por
               las escaleras mientras nosotros subíamos. Subíamos peldaño a peldaño; bajaba
               escalón a escalón.


               Todo estaba preparado, como en el restaurante: los platos, los tenedores, los
               cuchillos, los vasos, las servilletas, mi abuela...


               –Rápido, que se enfría –dijo quitándose el delantal y colgándolo de un gancho
               detrás de la puerta.


               Mi abuelo se le acercó por detrás, la abrazó y le dio un beso de película.


               –Sabes... –comenzó a decir mi abuelo.
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