Page 58 - Un abuelo inesperado
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Viernes, 11 de julio de 2014.
Hoy es la festividad de san Plácido y santa Olga.
Conocí a un Plácido que era representante de una importante empresa de
semillas. «Líderes en el sector, Ginés», me decía el tal Plácido, sujetando entre
sus dedos una semilla. Paraba a comer aquí muy a menudo. Nunca repetía el
mismo plato. Lo probó todo. Tenía una memoria prodigiosa. Siempre llevaba
buenos coches, de gama alta, que se dice ahora. Era alto, elegante, con la raya
en medio, con un bigote a lo D’Artagnan. Bien vestido. No llevaba corbata, pero
casi. Mientras esperaba el primer plato, sacaba una libreta y dibujaba a la
gente que comía en las otras mesas. Para evitar ningún malentendido, siempre
avisaba a los retratados. Nadie se negó a aparecer en aquellas libretas no más
grandes que un bolsillo de chaqueta.
También conocí a una Olga o, mejor dicho, a dos. Eran hermanas. Se llevaban
menos de un año de diferencia. Olga Carmen y Olga Emilia. La gente las
conocía por Carmen o Emilia. Muy poca gente sabía lo de Olga. Era mucho más
guapa Olga Emilia. Mucho más. Las conocí en Ceuta, en aquella mili de hace
mil siglos. A saber qué habrá sido de ellas.
Mi nieto Ismael está conmigo. Mira por la ventana y lo ve todo con ojos de
recién llegado. Es muy joven todavía. Aunque yo a su edad... Ahora voy a
escribir un asunto que me ha venido a la cabeza, antes de que se me olvide.
EL SECRETO ESTÁ EN EL ESTIÉRCOL
Cierto día, Benito trajo en su remolque una calabaza de ochenta y cinco kilos.
Una barbaridad de calabaza. La medimos y tenía un perímetro de casi dos