Page 63 - Un abuelo inesperado
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–No lo sé, Ismael. Tampoco sé si lo tenemos nosotros. No sé cuántos días hace
que no le veo las orejas a Tarzán. Condenado perro.
Un cazo, dos cazos, y medio. Conté los garbanzos que me había servido mi
abuela. Sesenta y dos. Del plato lleno salía un fino hilo de humo. Comencé a
remover con la cuchara para que se enfriaran antes. Un garbanzo salió
despedido, cayó sobre la mesa y rodó hacia el vaso de mi abuela. Sesenta y uno.
–Abuela, ¿sabías que el abuelo está escribiendo sus memorias?
–No son mis memorias –dijo mi abuelo limpiándose la comisura de los labios
con la servilleta.
–¿Ya le has estado llenando la cabeza de pájaros?
–¿Yooo? Pero si fuiste tú la que dijiste...
–Lo que te dije fue que...
Mi abuelo y mi abuela comenzaron a lanzarse palabras como dos tenistas la
pelota en la final del Open de Australia. Yo asistía a la conversación en mi papel
de juez de silla.
–Eres de lo que no hay, Ginés.
–Pues anda que tú.
–Y muy testarudo.
Esa última palabra tocó la red. Botó en el campo de mi abuelo, dos veces. Punto
para la abuela, set y partido.
Mi abuelo se metió una cucharada a la boca. Yo también.