Page 65 - Un abuelo inesperado

Mi abuela se tapó la cara con las manos.

–Pobre Alfredo José –suspiró mi abuela.

–No sé cómo te puede gustar esto –refunfuñó mi abuelo.

–Calla, Ginés, que no me dejas oír. Estefanía de los Santos está a punto de
decirle que está esperando un hijo de Alfredo José, y él no lo sabe.

Mi abuela cogió el mando a distancia y subió el volumen. El de la televisión, no
el de mi abuelo.

Mi abuelo, al contrario, masculló una protesta, se llevó la mano al estómago y se
fue a su habitación. A dormir la siesta. Pero antes me pidió un favor:

–¿Podrías salir a buscar a Tarzán? Lo mismo se ha metido en algún huerto y está
pisando todo lo sembrado. O comiéndoselo. Es muy capaz. Llévate la bicicleta si
quieres. Ya está arreglada. Uno de los frenos me ha dado un poco de guerra,
pero... La tienes apoyada en la puerta del cobertizo.

Dejé a mi abuela pendiente de la televisión y a mi abuelo pendiente de la
almohada. Salí y cogí la bicicleta.

Mi abuelo la había limpiado a conciencia, como yo la mesa. Puse las manos
sobre el manillar, me monté, un pie sobre el pedal, el otro y a correr. Iba como la
seda.

Comencé a pedalear. Por suerte, una nube de tormenta oscurecía el cielo.

Cambié de plato y de piñón. Sonaron un clic y un clac. Levanté más las rodillas
y aceleré el ritmo. La bicicleta casi empezó a volar. Estaba a punto de traspasar
la barrera del sonido cuando de repente sentí algo de miedo. ¿Y si mi abuelo no
había arreglado bien los frenos? Pero no. Apreté el de la derecha y la rueda
trasera se bloqueó en seco.

Derrapé, dejando una marca sobre el suelo de gravilla.

Me bajé de la bici y adapté la altura del sillín.