Page 69 - Un abuelo inesperado
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El gato giró por una bocacalle y torció la cabeza asegurándose de que le seguía;
               cruzó y se metió por una calle estrecha que se empinaba. Me puse en pie en la
               bici como si estuviese subiendo un puerto pirenaico. Pasamos por una vieja

               tienda ya abandonada. El gato aceleró el paso, tomó la penúltima calle a la
               izquierda y cruzamos la carretera. El restaurante de mis abuelos se veía un poco
               más allá. Se escuchó un claxon que venía de no sé dónde. Una puerta metálica se
               abrió y asomó el morro de un tractor. Arrastraba un remolque. Y encima del
               remolque, nada de cajas llenas de fruta, o pacas de paja, o de alfalfa, o una
               montaña de estiércol seco... Nada de eso. Sobre aquel remolque verde había un
               futbolín.


               El remolque salió por completo de aquella vivienda - nave agrícola. El conductor
               me vio inmóvil, en la bici, con aquel gato a mis pies. Puso cara de sorpresa y
               paró aquel trasto. Bajó con gran esfuerzo de la cabina del tractor. Era alto y
               corpulento, de ojos saltones. Llevaba un pantalón de mono azul mecánico y una
               camisa pasada de moda; unas gafas sujetas con un esparadrapo y ni un pelo en la
               cabeza. Tenía algo de actor de cine, de secundario. Me miró como un médico.


               –Hombre, quién está aquí. Si no se habla otra cosa en el pueblo. Así que tú eres
               el nieto de Ginés. Ismael, ¿no?


               Afirmé con la cabeza.


               –Espera un momento –me dijo. Y se volvió a cerrar aquella enorme puerta. Se
               rascó la cabeza y volvió a abrirla un poco. Lo justo para que pudiese pasar una
               persona. Entró y volvió a salir. Carraspeó y dijo:


               –¿Y qué te trae por aquí, Ismael? Pues sí que te pareces a tu padre, sí. De casta le
               viene al «pavo».


               –Busco a Tarzán, el perro de mi abuelo –dije, y vi cómo el gato se metía en la
               cochera de donde había salido el tractor.


               –Diablo de perro. Lo tienes dentro. Lleva dos días buscando no sé qué que se le
               ha perdido a mi mujer. Hasta que no lo encuentre, no sale. Ni el uno ni la otra.
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