Page 73 - Un abuelo inesperado
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Puse un pie encima de uno de los tacos de goma de la rueda, me apoyé en una de
las varillas del remolque y de un salto me asomé al interior del mismo. Una
cuerda envolvía el futbolín evitando que se moviese un tanto así. Tenía las barras
cromadas y jugadores de hierro fundido. Unos, totalmente blancos; otros, con la
camiseta a rayas rojas y blancas, con calzones azules y medias negras. Debajo,
encajado entre las patas, un tomate asurcado, rojo, de piel brillante... Enorme.
Solo la parte verde del pedículo parecía una planta de la selva tropical. Pedazo
de Objeto Tomatil no Identificado.
–¿A que nunca habías visto un tomate así de grande? Te preguntarás cómo es
posible que haya alcanzado semejante tamaño.
–Tal vez por el estiércol –salió de mi boca sin proponérmelo.
–Exacto. Tú lo has dicho. El secreto está en el estiércol. Se nota que eres nieto
de quien eres. Mal empleado este tomate. Tu abuelo hubiese inventado algo,
seguro. En fin... Bueno, que me voy. Baja con cuidado, no te vayas a torcer un
tobillo. Los chicos de la capital no estáis hechos para saltos y demás –dijo, y
volvió a subir al tractor, que traqueteaba como un viejo barco. Mejor dicho:
como un viejo tractor, que es lo que era.
No había terminado de poner pie en tierra cuando el gato salió por el hueco que
había entre la puerta de la cochera sin terminar de cerrar. Le siguió Tarzán. A su
paso, tranquilo. Las orejas levantadas. Llevaba algo entre los dientes. El gato
vino hasta mí. Se frotó el lomo contra mis zapatillas y giró la cabeza como
diciendo: «Ahí lo tienes».
–¡Miauuu!
–Eres un gato bueno. Muchas gracias, felino. Espero verte pronto.
El gato aceleró el paso y desapareció cruzando la carretera, en sentido inverso.
–Hola, Tarzán. Nos tenías preocupados. Deberías dejar una nota diciendo adónde
vas –le dije, y me di cuenta de lo absurdo de mis palabras.