Page 76 - Un abuelo inesperado
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–¿Has merendado ya?


               –Acabo de comer.


               –¿Te gustan las rosquillas? Son caseras. Ven.


               Dio media docena de pasos lentos, apartó el toldo de la puerta y entró en la casa
               por la puerta principal. La seguí unos metros.


               Oí perfectamente cómo se abría un cajón. También cómo se cerraba. Traía una
               caja metálica con dibujos orientales. La abrió y aparecieron ante mí unas
               rosquillas perfectas, hechas con compás, y con harina y huevo, imaginé.


               –Coge una, no seas vergonzoso. Las he hecho yo. Se trata de una receta familiar.
               Mi madre la aprendió de mi abuela, mi abuela de mi bisabuela, mi bisabuela de...


               –¿De Sisí?


               –No, para nada. De mi tatarabuela... El caso es que ha ido pasando de generación
               en generación. Como el joyero.


               Cogí una. Estaba cubierta de granos de azúcar que se me quedaron pegados a los
               dedos. Le di un bocado que llegó hasta el agujero. Se quedó con la forma de una
               C. Exquisita.


               –¿Qué tal está tu padre? –me preguntó sin esperármelo.


               Me encogí de hombros.

               –Nuestro hijo también se marchó a estudiar a la capital. Ingeniero de caminos y
               puentes. De caminos y puentes, qué cosas. Pero viene más a menudo que el tuyo.

               No tanto como nos gustaría, pero con tres críos que tiene, le cuesta levantar el
               campamento. Y para colmo, es alérgico al estiércol. Benito se lo tomó a mal.
               Estuvo casi medio año sin dirigirle la palabra.


               –Mi padre y mi abuelo... –no me dejó terminar la frase.

               –Lo sé, hijo. Esto es un pueblo pequeño, aquí se sabe todo.


               Estaba a punto de decirle que yo era el único que no sabía nada, pero decidí
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