Page 79 - Un abuelo inesperado
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               AL LLEGAR A CASA, mi abuelo seguía acostado.


               –Lleva así desde que se ha despertado de la siesta –me dijo mi abuela–. Se queja
               de que le duelen los huesos. Y lo malo es que tiene algo de fiebre. Treinta y ocho
               y medio.


               Un ataque de tos se escuchaba de fondo. Una tos seca, ronca, desgastada. Salía
               del cuarto de mis abuelos. Más concretamente, de la garganta de mi abuelo.


               –¿Has llamado al médico? –le pregunté.


               –Al médico, dices... Sería más fácil que entrase en esta casa el presidente de los
               Estados Unidos. No conoces a tu abuelo. Si viene el médico, se va él.


               –¿Puedo entrar en la habitación?


               –Claro, no creo que tenga ningún virus. Tu abuelo siempre le ha tenido mucho
               miedo a las enfermedades.


               –Y quién no, abuela.


               –Tienes razón, Ismael. Pero tu abuelo más. Siempre ha sido algo aprensivo. Por
               cierto, que se me olvidó darte una postal que llegó ayer de tus padres.


               –¿Han mandado una postal? ¿Dónde está? ¿La has leído?


               –¡Cómo la voy a leer! Ponía tu nombre, era para ti. Y si era para ti, no era para
               mí.


               –Ya.


               –¡Bah! Dicen que se lo están pasando muy bien, que el tiempo es magnífico y
               que las aguas son transparentes. Que el año que viene vuelven contigo. Entra a
               ver a tu abuelo, mientras busco la postal. Tiene que estar en algún sitio.
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