Page 82 - Un abuelo inesperado
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               SAQUÉ EL CUADERNO Y LA PLUMA, una pluma estilográfica de color

               negro, a juego con las tapas del cuaderno. Le quité el capuchón, el plumín era
               dorado. Se notaba que mi abuelo la cuidaba con esmero, pues no tenía ni una
               mancha de tinta. Impecable.


               –Siéntate aquí –me dijo dando unas palmadas sobre el colchón–. Busca la última
               página escrita.

               Me senté y fui pasando hojas con la letra apretada de mi abuelo. La misma

               palabra se repetía en cada página, en mayúsculas, a modo de título:
               TESTAMENTO; seguida de un número: uno, dos, tres, cuatro... El último era el
               dieciséis.


               –Abuelo, esto está lleno de testamentos.

               –Pues claro. Es que es el cuaderno de los testamentos. ¿Qué esperabas encontrar,
               las instrucciones para construir una catapulta? Tienes unas cosas, Ismael.


               –Pero...


               –Hago uno cada vez que veo el final del túnel. Que me acuerde: el siete es de
               una peritonitis; el nueve, de una neumonía; el último, de un esguince en el
               tobillo que casi me deja cojo. Nunca se sabe, hijo. Más vale prevenir que curar.
               Pero ahora vas a escribir tú. ¿Has escrito alguna vez un testamento?


               –Que yo sepa, no.


               –Pues ha llegado el momento. Apunta: TESTAMENTO DIECISIETE.


               Y mi abuelo comenzó a dictar:






               Yo, Ginés..., en cabal entendimiento, pero algo cascado físicamente, quiero dejar
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