Page 80 - Un abuelo inesperado
P. 80
Y murmuró algo que no entendí.
–¿Cómo dices, abuela?
–Que las rosquillas de Eugenia siempre han sido las mejores de toda la comarca.
Nunca me quiso dar la receta. El caso es...
Dejé con la palabra en la boca a mi abuela, subí los catorce escalones y me
encaminé al dormitorio de mis abuelos. Llamé a la puerta, pero no esperé
ninguna respuesta. Entré.
–¿Eres tú, hijo?
–...
–Me duelen todos los huesos del cuerpo. Los doscientos seis. De esta no salgo.
¿Has encontrado al perro?
Afirmé con la cabeza.
–Es un perro muy listo, a veces parece que vaya a ponerse a hablar en cualquier
momento. Nos lo regalaron cuando era un cachorro. Tiene esa habilidad de
encontrar cosas.
–Ya.
–Se llama Tarzán, pero antes no se llamaba así. Le habían puesto de nombre
Quasimodo. Pero yo no le vi ninguna deformidad, así que se lo cambié. Tu padre
también quiso cambiarse de nombre, una tontada más. Un día dijo que no le
gustaba el que le habíamos elegido y que se quería poner otro. Tenía esas cosas.
Aquella misma semana hizo la maleta y se marchó. Nos dejó. Igual era eso lo
que necesitaba. Estar solo, darse de cabezazos contra el mundo. Yo ya le perdoné
todo. Sé que ha cambiado. Tu madre nos llama y nos cuenta. Una buena mujer,
tu madre, menos mal que no se cansó de ella también a las dos semanas. ¿Por
qué apenas viene por aquí?, te preguntarás. Me da que todo esto, el pueblo, el
restaurante, esta casa, nosotros..., le trae a la memoria aquellos años de
adolescente inmaduro. Tú no tienes que ser igual. Los padres solo queremos
ayudar a los hijos. Siempre ha sido así. Y será. Eres joven para entenderlo, pero
ya te darás cuenta.