Page 70 - Un abuelo inesperado
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–NO ME HE PRESENTADO. Soy Benito. Amigo de tu abuelo. Somos de la
misma quinta. ¿Ya te ha contado que le salvé la vida?
Negué con la cabeza.
–Bah, ya ves cómo me lo agradece. Que te lo cuente él. Tengo que llevar este
futbolín a un cliente. Me ha quedado niquelado. Soy un manitas. Igual te
restauro un fresco del siglo XVI que te reparo un futbolín del siglo XX. Igual te
descargo una aplicación de móvil que te cosecho una calabaza que no cabe por
esa puerta. Sube y verás qué hay debajo del futbolín. Si es que soy un crack, que
decís ahora los jóvenes.
Una señora se asomó por la ventana y le gritó:
–¡Pues no te he dicho que no te pares a hablar con nadie! Tira, que te están
esperando. ¿Quién es ese crío?
–Vaya, qué casualidad. Pensaba que se había acostado –dijo Benito en voz baja.
Se giró, puso las manos como altavoz, y gritó–: ¡Ismael, el nieto de Ginés!, que
ha venido a por el dichoso perro.
–¡Hola, Ismael! Espérame, que bajamos ahora mismo –dijo. Y desapareció
cerrando la ventana.
–Aún tardará sus buenos diez minutos. Baja las escaleras una a una. Desde que
le pusieron la prótesis en la rodilla... No hay cosa peor que llegar a viejo, Ismael.
Voy sobrado de tiempo, pero esta mujer siempre ha estado obsesionada con la
puntualidad. Me acuerdo que..., mejor no te cuento nada. Pasan los años y
siempre para mal. Desde que tu abuelo cerró el restaurante, ya no es lo mismo.
Ahora tengo que llevar todos mis récords a la conservera. Allí ni los exponen ni
les hacen fotos ni nada. Este tomate seguro que va directo a la tolva de lavado.
Aunque no creo que quepa.