Page 43 - Un abuelo inesperado
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               –ARRIBA, GANDUL –dijo mi abuelo.


               Y un terremoto de magnitud ocho en la escala de Richter comenzó a sacudir mi
               cama. Tenía el epicentro en mi hombro derecho. Lo provocaba el brazo de mi
               abuelo mientras me zarandeaba.


               –Vamos, vamos. Levántate, desayuna y vístete. Si a las nueve no estás abajo, me
               voy yo solo. Te espero en la puerta. Y péinate. Así no puedes salir de casa.


               Me vestí, claro. Desayuné y bajé corriendo los catorce escalones. Estuve a punto
               de tropezar, pero no. Detesto dar vueltas de campana tan temprano. Llegué casi
               sin aliento y con el desayuno bailándome en la garganta. Mi abuelo me miró y
               miró su reloj.


               –Las nueve en punto. Por los pelos. Por cierto, no te has peinado.






               La mañana era deliciosa.


               Empezó a andar calle arriba y le seguí. Caminaba con las manos en los bolsillos,
               algo encorvado hacia adelante.


               Giramos a la derecha, pasamos delante de un taller, que tenía la persiana a medio
               subir, y continuamos. Nos metimos por un callejón estrecho y bajamos una
               pequeña cuesta. Cruzamos varias calles más, girando aquí y allá... Comencé a
               pensar que el pueblo era más grande de lo que había pensado. Eso, o que mi
               abuelo se había perdido.


               –Bueno, ¿lo aciertas o no? –me preguntó al llegar a un cruce.


               –¿Hacia la derecha?


               –¡Qué hacia la derecha! Te estoy hablando de lo que hay dentro del maletero –
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