Page 40 - Un abuelo inesperado
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fue conociendo. No solamente los vecinos del pueblo, no te creas. Acudían

               clientes de otros lugares, incluso de la capital. Fueron años de mucho trabajo.

               –O sea, que ese es el negocio.


               –¿Acaso no lo sabías?


               –No. Y el abuelo, ¿también era cocinero?


               –Era de todo un poco. Iba de aquí para allá. No paraba quieto ni un segundo.
               Como Tarzán. Tendrías que haberlo conocido entonces.


               –¿A Tarzán?


               –Al abuelo, hijo. Cuando tuvimos que cerrarlo, estuvo más de un año deprimido.
               Parecía otro. Menos mal que ya pasó todo aquello.


               Así que ese era el negocio del abuelo. Un restaurante. Fin del misterio. He de
               reconocer que me quedé un poco desilusionado. Había esperado algo más...
               más... no sé. Pero no un restaurante. Me imaginé a mi abuelo con uno de esos
               gorros altos y blancos, un delantal con una mancha de tomate con la forma de
               Suiza y una cuchara de madera en una mano.


               –¡Ismael! –exclamó mi abuela, sacándome de mis pensamientos.


               –Perdón, abuela. Se me ha ido el santo al cielo.


               –Digo que podrías acompañar a tu abuelo algún día, si quieres, claro.

               –¿Adónde?


               –¡Adónde va a ser! Al restaurante. Va cada mañana. A las nueve sale de casa,
               como un reloj. Manías de viejo.


               –No sé, mi padre me dijo que mejor me quedase contigo.
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