Page 35 - Un abuelo inesperado
P. 35
–Supongo que tienes razón, abuela –y se me escapó un bostezo.
–Anda, anda, vete ya a la cama. Pobrecillo, tienes que estar agotado de tanto
ajetreo. Para ser el primer día... Hasta has descargado un saco de patatas.
–Buenas noches, abuela. Hasta mañana. Mola estar con vosotros.
Y me encaminé hacia mi habitación, con cuidado de no hacer ruido. Llegué a mi
puerta, pero mis piernas siguieron caminando hasta el final del pasillo, hasta la
habitación donde dormía mi abuelo. No me hizo falta pegar la oreja a la puerta
para escuchar sus ronquidos. No eran como los de mi vecina del tren, pero casi.
–¿Quién anda ahí? –tronó mi abuelo, al que creía dormido.
–Soy yo, abuelo. Que descanses. Buenas noches.
–¡Buenas noches, buenas noches...! Deberías llevar ya una hora durmiendo. ¡Tira
a la cama de una vez! ¡Y nada de ruidos!
No respondí, me di media vuelta y me fui a mi habitación.
–¡Ismael! –me llamó.
–Dime, abuelo.
–¿Ha aparecido ya Tarzán?
Tarzán, vaya con el dichoso Tarzán. ¿De quién se trataba? Lo había nombrado no
sé cuántas veces y no había sido capaz de preguntar de quién se trataba. Sabía
que era algo desobediente y que tenía la habilidad de encontrar cosas perdidas.
No sé por qué había imaginado que se trataba de un perro, pero ¿y si era otro
nieto? No, imposible. Mi tía Helena no tenía hijos, pero vete tú a saber, podría
ser un nieto adoptado. Aunque también podría tratarse de un gato. Los pueblos
están llenos de ellos.
–¿Te has quedado dormido o qué? Te he preguntado si ha aparecido ya el
maldito perro de las narices –escuché al otro lado de la puerta.
Caso resuelto.