Page 32 - Un abuelo inesperado
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una colección de pelotas alineadas en una balda sujeta a la pared. De fútbol,

               baloncesto, balonmano, voleibol, hasta una de rugby...

               –Seguro que están pinchadas –dije.


               –Empezaba todo con muchas ganas. Y a las dos semanas ya se había olvidado
               del asunto, ya estaba pidiendo otra cosa. La culpa era de tu abuela, siempre le
               consintió todo. ¿Ves aquella bicicleta?


               Miré hacia el otro extremo del cobertizo.


               –Se la regalamos para su cumpleaños. Aún recuerdo cuánto costó. Un ojo de la
               cara. Era la misma que había montado ese francés llamado Hinault cuando ganó
               su primer Tour en el 84, si no recuerdo mal. Le faltaba medio palmo para llegar
               con los pies al suelo, pero se empeñó en tener aquella bici y, total, ¿para qué?
               ¿Cuánto crees que la llevó tu padre?


               –¿Kilómetros o días?


               –Días.


               –¿Dos semanas?


               –Exacto. Ni un día más. Catorce justos, como lo oyes. Era jueves, jueves lardero.
               Por eso me acuerdo. Llegó a casa andando, con la bicicleta agarrada del manillar.
               La dejó ahí, donde la ves, y ya no la volvió a sacar. Que tenía vértigo, dijo. ¿Qué
               te parece?


               –No sabía que mi padre tuviera vértigo.


               –Ya te he dicho que hay muchas cosas que no sabes de tu padre. Y tú, ¿sabes ir
               en bici?


               –Abuelo...


               –Abuelo ¿qué? ¿Sabes o no sabes?

               –Por supuesto que sé –afirmé un poco ofendido.


               –Pues es tuya. Te la regalo. Una joya. Ya la puedes cuidar. Solo hay que quitarle
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