Page 28 - Un abuelo inesperado
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–¿No es automático?


               –«Tritomático». En este coche, todo es manual. Anda, coge la llave y ábrelo.
               Están puestas en el contacto. Es la más pequeña.


               Metí la cabeza por la ventanilla abierta y saqué las llaves. ¡Clic! Fui hasta el
               maletero e intenté abrirlo. Giré y giré la llave. Nada. La saqué y la volví a meter.
               Imposible.


               –No se puede abrir.


               –Tú lo has dicho. Y si no se puede abrir, no se puede meter nada. Ni un saco de
               patatas, ni una maleta, ni una mochila... Nada.


               –Ya.


               –Y lo malo no es que no se pueda meter; lo malo es que no se puede sacar lo que
               hay dentro. Ja, ja, ja... Qué chiquillo de capital. Claro, no sabes de qué me río.
               Dentro del maletero hay algo que...


               –¿Que qué?


               –Que podrías estar cien días tratando de averiguar qué es. Inténtalo, ya verás.


               –¡Un bocadillo de calamares! –dije sin pensármelo dos veces.

               –¿Un bocadillo de calamares? ¿Eso has dicho? –afirmé con la cabeza. Sonrió–.

               Pues no. Ene, o.

               –Podrías darme una pista –le pedí.


               –También podría darte un billete de veinte euros, una moneda de diez rupias o
               una colleja.


               –Venga, abuelo.


               Se mordió el labio inferior y se quedó pensativo. Sacó las manos de los bolsillos
               y se rascó la nariz. Me miró fijamente, como si me estuviese haciendo una
               radiografía.


               –Me gustan mucho, esa es la pista. Tienes una semana para adivinarlo –dijo–. Y
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