Page 24 - Un abuelo inesperado
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               LA CASA ERA UNA CASA GRANDE, de dos plantas. Las paredes de la

               fachada eran blancas. Tan blancas que parecían recién lavadas, recién tendidas y
               recién planchadas. Las ventanas tenían un marco de pintura verde y las persianas
               estaban bajadas.


               –¡Tarzán, ven, mira quién está aquí! –gritó mi abuelo sacándome de mis
               pensamientos–. ¡Tarzán!

               Pero allí no apareció ningún Tarzán; ninguna Chita.


               –¿Dónde se habrá metido el tunante?


               –Te enseñaré tu cuarto –dijo mi abuela desde la puerta principal–. Es el que
               ocupaba tu padre.


               –Ismael, cuando tu abuela te haya enseñado la habitación, bajas a echarme una
               mano –dijo mi abuelo.


               –Okei, abuelo –respondí. Y seguí a mi abuela escaleras arriba, catorce escalones,
               lentamente.


               –Ya sabes, ahí está el cuarto de baño, la cocina, el cuarto de estar... Tu abuelo no
               se anima a hacer reformas. Dice que para nosotros dos está bien así, pero hay
               que cambiar el baño. Poner un plato de ducha y esas cosas... Y esta es tu
               habitación.


               Mi abuela puso su mano llena de manchas marrones sobre la manija y empujó.
               La puerta chirrió y se abrió.


               Olía a cerrado y un poco a humedad.


               El cuarto era pequeño, más pequeño que el mío, el de mi casa. Apenas tenía
               muebles: una cama pequeña, una mesilla pequeña con una lámpara pequeña y un
               armario grande; de tres cuerpos, con un espejo que ocupaba la parte central. El
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