Page 21 - Un abuelo inesperado
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dos figuras inmóviles en el andén. Mi abuelo serio. Mi abuela con una sonrisa
deslumbrante. Ambos mayores, muy mayores, mi abuelo más.
No supe qué decir. «¿Qué tal está la tía?», iba a preguntar, pero, por suerte, mi
boca se abrió sola y dijo:
–¿Abuelos?
–Abuelos, abuelos, pues claro que somos tus abuelos. ¿Qué esperabas, a los
Reyes Magos? ¿A Papá Noel? ¿A un chófer con levita...?
–Ginés, por favor –le recriminó mi abuela.
–No te quedes ahí como un pasmarote. Si no me vas a dar un beso, al menos
dame ese armatoste de maleta.
–Lleva ruedas. Y el asa es telescópica –dije.
–Oh, vaya con el trasto. Venga ese beso.
Pese a que no soy muy besucón, les di un beso. Cómo no.
–Ya casi eres un hombre –dijo mi abuela.
–Vamos –dijo mi abuelo–. Por allí.
Y los seguí. Cruzamos el hall de la estación y salimos directos a la calle.
–Ahí está el coche –señaló mi abuelo a un auto del siglo pasado aparcado encima
de la acera.
–Mete la maleta y la mochila contigo, como puedas –dijo mi abuelo, o me
ordenó–. Y no preguntes si tiene aire acondicionado, que ya te digo que no tiene.
Entré en el coche y saludé al saco de patatas. Recorrimos varias calles, salimos a
la carretera comarcal y me quedé dormido.
Mi abuelo dio un frenazo que podía haber hecho detenerse al mundo. Aparcó en
una sola maniobra, en mitad de la calle. Frente a la casa. Como si fuera el dueño