Page 18 - Un abuelo inesperado
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Me levanté, bajé la maleta y miré por la ventanilla: un edificio de paredes

               amarillas, varios bancos vacíos, jardineras, papeleras, un antiguo y enorme
               reloj... Busqué a mis abuelos, entre el grupo de personas que esperaban. ¿Y si no
               los conocía? Pero qué melonada, cómo no los iba a reconocer. Cogí la maleta,
               me eché la mochila a la espalda y me despedí de «la mujer más parlanchina». Y
               lo hice con una sola palabra, para qué más.


               –Adiós.


               –Adiós, pequeño. Que te vaya muy bien por el pueblo. Cuida mucho a tus
               abuelos. Recuerda que tienes que obedecerlos. No hagas como mi Miguel, que
               no hace más que llevarnos la contraria. Ahora dice que quiere hacerse un tatuaje,
               lo que nos faltaba. Por cierto, que no me has dicho cómo te llamas.


               El tren todavía no había parado. Lento. Len. To. Aún no había empezado la
               cuenta atrás y yo ya estaba detrás de un señor que también se disponía a bajar y
               que llevaba una pajarera grande, vacía, sin loro, algo oxidada. El tren dio una
               sacudida y se detuvo. Mis rodillas pegaron contra el alambre de la jaula, que se
               balanceó sobre el dedo del hombre. Se giró y me sonrió.


               –¿Te gusta? Es para Tobías. La que tiene ahora se le ha quedado pequeña.
               Bonita, ¿eh? –y bajó los dos escalones.


               Le seguí mecánicamente.


               Prueba superada.
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