Page 17 - Un abuelo inesperado
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CAMBIÓ EL PAISAJE, empezaron a aparecer las primeras naves industriales, el
letrero con el nombre de un centro comercial, un aparcamiento gris salpicado de
coches de todos los colores, los primeros edificios... Era mi estación, pero no mi
destino. Mis abuelos vivían en un pueblo cercano, mucho más pequeño. Pero
hasta allí no llegaba el tren, llegaba la carretera comarcal por la que habría
circulado mi abuelo para venir a buscarme.
Fue reduciendo la velocidad lentamente, como si le diese cierta pereza parar en
aquella estación de provincias. ¿Y si no paraba? ¿Y si hacía como si fuese a
detenerse y luego pillaba de nuevo velocidad para salir zumbando?
El tren solo tenía previsto detenerse un minuto en aquella estación. Uno. ¿Me
daría tiempo a coger la maleta, la mochila? ¿Y si la cremallera de la mochila se
abría y se desparramaba todo por el suelo? ¿O si me quedaba atrapado entre dos
asientos? Tal vez era el minuto más importante de mi vida. Si lo hacía todo bien
estaba salvado, pero cualquier error...
–Tu rostro ha mudado de color, pequeño –me dijo mi vecina. Pero no tenía
tiempo de comprobar de qué color tenía la cara.
–Imagino.
–Así que te bajas aquí. A mí todavía me quedan un par de horas de viaje.
Aprovecharé para pensar si cambio el título del libro. Date prisa o te quedarás en
el tren. O mejor no, así me acompañas a mi casa. Puedes dormir en la habitación
que da a la catedral. No pongas esa cara: no se oyen las campanas, pero se oyen
las palomas. Tienen la maldita costumbre de posarse en el alféizar. Cuando
venga uno de mis hijos, le diré que lo cubra con uno de esos alambres espino. Se
lo diré a Carlos, es el más mañoso. Un día... Bla, bla, bla...
La mujer seguía hablando. Ya tenía algo que contar a mis abuelos: «He
compartido viaje con la persona más cotorra del mundo».