Page 22 - Un abuelo inesperado
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de todo aquello. Luego apagó el motor, echó el freno de mano, me miró por el

               espejo retrovisor, carraspeó y salió del coche. La llave se quedó en el contacto.
               Tiré de la maneta metálica de la puerta, pero no se abrió. Volví a intentarlo. No
               se movió ni un decímetro, ni un centímetro, ni un milímetro, ni una micra. Me
               había quedado encerrado. Ya me veía pasando aquellos días dentro del coche, en
               compañía de un saco de patatas. Inesperadamente, apareció mi abuela al otro
               lado de la ventanilla y abrió la puerta.


               –Solo se abre desde fuera. Es viejo y tiene sus cosas, claro. Como tu abuelo. No
               se lo tengas en cuenta –me dijo. No sé si se refería a la puerta, al coche, o a mi
               abuelo.


               Bajé con cierto alivio y noté el calor de aquel comienzo de verano. Miré al cielo:
               ni una sola nube.
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