Page 13 - Un abuelo inesperado
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AFUERA EL CIELO ESTABA DESPEJADO y adentro olía a calamares fritos.
Tenía sed y empezaba a sospechar que mi vecina de viaje era un tanto cargante.
Saqué la botella de agua de la mochila, desenrosqué el tapón y bebí un trago
largo. Sonó un pitido y me sorprendí. En ese momento me acordé de que tenía
un nuevo compañero: un móvil de los baratos, únicamente para emergencias, que
mis padres habían decidido comprarme para la ocasión. No por mí, por ellos.
«¿Todo bien, hijo? Un millón de besos», decía el mensaje de mi madre. Solo ella
dice un millón de besos, como si se pudieran dar. Me acurruqué en mi asiento y
pensé cuántos besos llevaría dados mi madre. ¿Dos mil, diez mil, novecientos
noventa y nueve mil novecientos noventa y nueve...? Nadie cuenta los besos que
da. Yo no soy muy besucón. Al contrario: los evito.
La mujer se revolvió en su asiento y se limpió unas cuantas migas del bocadillo,
del rebozado romano con harina de garbanzos, o de trigo, o de maíz, o de soja...