Page 29 - Un abuelo inesperado
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ahora, ayúdame con el saco.


               Con las dos manos, lo agarró por las esquinas y tiró hasta sacarlo casi
               completamente del asiento trasero.


               –Haz como yo: coge con fuerza y mete los dedos dentro –me dijo haciendo un
               gesto con la barbilla.






               Mi abuelo caminaba delante, yo detrás y el saco en medio. Parecíamos dos
               camilleros sacando de un campo de fútbol un saco de patatas lesionado.
               Entramos de nuevo en la casa, cruzamos el patio y llegamos al corral. Un par de
               gallinas picoteaban, ajenas a nuestro esfuerzo. No movieron ni una pluma para
               ayudarnos.


               Pesaba el saco. Pesaba y pensaba qué había dentro del maletero.


               –Cuidado no las vayas a pisar. A las gallinas, digo. Son de raza, pero algo bobas.
               Si no fuera por los huevos que ponen... Dos al día. Catorce a la semana –dijo mi
               abuelo de un tirón. Resopló y se encaminó hasta un cobertizo–. Por aquí...
               Cuidado con la cabeza... Ahora lo soltamos, a la de tres. Una, dos y tres.


               Y el saco de patatas cayó como un saco de patatas.


               ¡Plooooffff!
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