Page 34 - Un abuelo inesperado
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               LA LUZ DE LA LUNA se colaba por la ventana del cuarto de estar y la sombra

               de la persiana de madera se reflejaba en la pared. Pequeñas líneas blancas y
               paralelas, como líneas de cuaderno.

               Mi abuelo ya se había ido a acostar y mi abuela se había quedado viendo la

               televisión, con el volumen casi al mínimo.

               –Si apenas se oye –le dije.


               –Eso te parece a ti. Se oye todo lo que se tiene que oír. A tu abuelo le molesta
               mucho el ruido. Si subo el volumen, me da un grito desde la cama. «Esa maldita
               tele», refunfuña. Como si él no hiciese ruido. Ya me he acostumbrado. Y si algo
               no lo escucho, me lo invento.


               Debí poner cara rara.


               –Sí, hombre. Me invento las palabras que no termino de oír. Es divertido. Como
               vosotros, los jóvenes, que también os inventáis las palabras. Cada vez habláis
               más raro.


               –Ya imagino que te refieres a palabras como mogollón, tranqui, peña, colega,
               petao, empanao...


               –Sí, esas... El otro día escuché una de esas palabrejas en la panadería. Una
               chiquilla. «Mola», dijo cuando Carmela la obsequió con una galleta de vainilla
               de las que hace su marido. Ni le dio las gracias ni nada. «Mola», dijo. Y se
               quedó tan pancha.


               –Eso significa que le gustó mucho, que se puso muy contenta del regalo...


               –Pues vaya una manera de decirlo. Uno da las gracias, sonríe y sanseacabó, ¿no?


               Me encogí de hombros.
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