Page 39 - Un abuelo inesperado
P. 39

• 10






               LOS PRIMEROS DÍAS PASARON VOLANDO. Casi sin darme cuenta. Tan

               feliz.

               Ya había conocido a Tarzán. Un perro bastante normal que no paraba quieto un
               segundo. Tenía los ojos brillantes y una mirada humana.


               Mi abuela se desvivía por darme todos los caprichos. Desayunaba como un rey.
               Las galletas de vainilla eran exquisitas. Y la mermelada, que ella misma hacía y
               que yo untaba sobre enormes tostadas, maravillosa. Tostadas de pan como

               raquetas de esas que se usan para caminar sobre la nieve.

               Mi abuelo desaparecía temprano de casa y volvía a la hora de la comida. Por las
               tardes le gustaba echarse una siesta para luego encaminarse al casino a jugar una

               partida.

               Se podía decir que aquellos primeros días mi abuela cuidaba de mí. O yo de ella.
               La ayudaba en la limpieza de la casa, iba con ella a comprar, oficiaba de pinche

               de cocina...

               –Los champiñones nunca hay que dejarlos en remojo. Son tan esponjosos que les

               entra agua. Coge ese limón y deja caer unas gotas sobre las láminas que voy
               cortando. Así no se oxidarán.

               –¿Cómo es que sabes tanto de cocina?


               –Ojalá supiera mucho. Después de trabajar más de treinta años en un restaurante,
               algo se aprende.


               –¿Trabajabas en un restaurante?


               –Tuvimos un restaurante. Aún lo tenemos, pero está cerrado. No uno de esos que
               salen ahora en la tele y que parecen de todo menos un lugar para comer. Estaba
               en la misma carretera. No era demasiado grande, pero poco a poco la gente nos
   34   35   36   37   38   39   40   41   42   43   44