Page 39 - Un abuelo inesperado
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LOS PRIMEROS DÍAS PASARON VOLANDO. Casi sin darme cuenta. Tan
feliz.
Ya había conocido a Tarzán. Un perro bastante normal que no paraba quieto un
segundo. Tenía los ojos brillantes y una mirada humana.
Mi abuela se desvivía por darme todos los caprichos. Desayunaba como un rey.
Las galletas de vainilla eran exquisitas. Y la mermelada, que ella misma hacía y
que yo untaba sobre enormes tostadas, maravillosa. Tostadas de pan como
raquetas de esas que se usan para caminar sobre la nieve.
Mi abuelo desaparecía temprano de casa y volvía a la hora de la comida. Por las
tardes le gustaba echarse una siesta para luego encaminarse al casino a jugar una
partida.
Se podía decir que aquellos primeros días mi abuela cuidaba de mí. O yo de ella.
La ayudaba en la limpieza de la casa, iba con ella a comprar, oficiaba de pinche
de cocina...
–Los champiñones nunca hay que dejarlos en remojo. Son tan esponjosos que les
entra agua. Coge ese limón y deja caer unas gotas sobre las láminas que voy
cortando. Así no se oxidarán.
–¿Cómo es que sabes tanto de cocina?
–Ojalá supiera mucho. Después de trabajar más de treinta años en un restaurante,
algo se aprende.
–¿Trabajabas en un restaurante?
–Tuvimos un restaurante. Aún lo tenemos, pero está cerrado. No uno de esos que
salen ahora en la tele y que parecen de todo menos un lugar para comer. Estaba
en la misma carretera. No era demasiado grande, pero poco a poco la gente nos