Page 93 - Un poco de dolor no daña a nadie
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puño de la derecha—. No me vuelvo a quedar a trabajar horas extras.


               Del fondo del túnel surgió un ruido que lo puso alerta. Era un ruido leve que
               anunciaba la proximidad del tren. Una súbita emoción lo inundó: al fin se
               largaría de aquel subterráneo tan tétrico.


               Se paró en la línea amarilla de espera. Luego caminó en dirección al túnel sur.
               Volvió a voltear, esperando otra señal alentadora. Miró por enésima vez el reloj y
               observó que eran las 10:51:24.


               Un chirrido de metales se dejó escuchar nítidamente. Sonrió. Se llevó la mano
               derecha a la frente y se alisó el cabello hacia atrás. En eso, sintió una presencia a
               sus espaldas.


               Volvió la cabeza al instante y vio que un niño caminaba por el andén a paso
               lento. No tenía más de siete años. Era pequeño y caminaba con determinación.
               Alcanzó a observar que su mirada estaba perdida.


               Se oyó el silbato del tren subterráneo. Por puro reflejo, miró el reloj: las
               10:51:09. El niño se enfilaba irremediablemente hacia las vías. Se hallaba a diez
               metros de distancia. Si caía, moriría destrozado por el vagón delantero.


               No lo pensó dos veces. Una fuerza irresistible lo impulsó a correr hacia él para
               impedir que cayera. Era solamente un niño y él no podía quedarse con los brazos
               cruzados. El tren asomó la nariz en el túnel. Venía a toda velocidad. Tal vez a

               100 kilómetros por hora. Aunque tratara de frenar al llegar a la estación, no
               podría eludir el impacto contra el niño que se arrojaba a su paso. Hizo un
               esfuerzo desesperado por impedir que ocurriera una tragedia, pero no pudo evitar
               que el pequeño se arrojara.


               Se detuvo en seco, mirando los rieles, mientras el tren entraba de lleno,
               disminuyendo su velocidad. Se volvió al sentir que alguien se encontraba parado
               a sus espaldas. Era la madre del niño, que con una mueca macabra lo empujó
               con todas sus fuerzas hacia el carril.


               Cayó al vacío, pero su cuerpo no tocó el suelo porque el parachoques del vagón
               principal lo embistió con una fuerza descomunal que lo hizo pedazos. El cristal
               se manchó de sangre y restos de cerebro. El reloj marcaba las 10:52:02.


               El tren se alejó hasta perderse en aquel túnel que se dirigía al norte. Emitía un
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