Page 89 - Un poco de dolor no daña a nadie
P. 89

SUBTERRÁNEO






               MIRÓ el reloj y se dio cuenta de que ya era demasiado tarde: las 10:23.


               No supo por cuál medio de transporte lograría llegar a casa. La situación le
               produjo una sensación de fastidio.


               Cada vez que era necesario quedarse a trabajar horas extras, él siempre prefería
               no hacerlo, pero en esta ocasión Alberto se había enfermado y tuvo que cubrirlo.


               Trató de aplacar su fastidio pensando que esa semana ganaría unos pesos más y
               podría darse algún lujo.


               La oficina se encontraba en un edificio viejo de la ciudad, en el quinto piso,
               porque así la compañía se ahorraba una buena cantidad de dinero.


               Los pasillos apenas si estaban iluminados por focos desnudos, y las escaleras
               eran estrechas. Muchas oficinas se hallaban vacías.


               Bajó hasta la planta baja y de repente apareció un hombre que le sonrió con la
               boca desdentada. Era el portero.


               —Buenas noches —le dijo.


               —Buenas noches —fue la respuesta.

               Le pareció que el sujeto no se bañaba al menos desde hacía una década.


               Salió a la calle. Hacía un poco de frío. Una lluvia tenaz se desató de repente.


               El último autobús se había marchado hacía más de una hora, y tomar un taxi era
               imposible. No tenía suficiente dinero para pagarlo. Desequilibraría sus cuentas.


               Sombras corrían para refugiarse de la lluvia. Miró a ambos lados. De pronto le
               vino a la cabeza la idea de tomar el subterráneo.
   84   85   86   87   88   89   90   91   92   93   94