Page 24 - La venganza de la mano amarilla y otras historias pesadillescas
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un solazo que nos hacía sudar y sudar mientras Alicia se entretenía cortándose

               los uñeros con los dientes. Me aburrí mirando la tierra seca y después el monte
               más crecido, hasta que divisé, allá a lo lejos, una casa grande y vieja rodeada de
               árboles y de unas hierbas que mi papá me dijo que se llamaban madroños.


               Al fin, como a las cuatro de la tarde, llegamos y respiré tranquilo. Tenía
               calambres en las piernas, los huesos molidos ¡y unas ganas enormes de bajar! El
               lugar me pareció precioso, pues lo que yo más deseaba era salir de aquella lata
               de sardinas.


               Mi papá abrió la puerta y también se bajó. Empuñó las manos y empezó a hacer
               como que golpeaba a alguien,fingiendo que boxeaba. Se veía medio ridículo
               haciendo esos movimientos en el aire, pero cuando volteó a mirarme solo le di
               una sonrisa y le dije:


               —¡Muy bien, campeón!


               Sabía que así me lo echaba al bolsillo.

               —Esta es la Hacienda del Refugio, la famosa hacienda de la que tanto les hablé.
               ¿O no les he platicado que acá viví de niño?


               —¡Como chorromil veces, papá! —contestó Alicia, que se chupaba los dedos
               llenos de tamarindo.


               Miré la barda alta y gruesa que rodeaba la hacienda como si fuera una fortaleza,
               y sus paredes lamidas por el sol con la pintura descarapelada.


               Era tan ancha como un estadio de futbol y tenía una puerta de hierro más
               mohosa que mi triciclo de bebé que está arrumbado en el cuarto de lavar.
               Caminé hacia ella pero una voz me detuvo:


               —¿Adónde vas, chiquito? Acomídete a bajar algo —era mi mamá.


               Me colgué una pesada mochila llena de latas de comida y ayudé a bajar a mi
               abue, a quien se le olvidó el bastón y que siempre se está riendo aunque solo
               tenga tres dientes.


               Esta hacienda fue construida hace más de un siglo, unos años antes de la
               Revolución. Don Ramiro, el señor que la cuida, nos contó que en la lucha
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