Page 25 - La venganza de la mano amarilla y otras historias pesadillescas
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armada los dueños fueron colgados en sus vigas y sus fieles sirvientes,
enterrados en las paredes, y que todavía sus ánimas se pasean por los corredores
y trepan por los arcos del edificio.
La primera noche que dormimos ahí no pasó nada fuera de lo común. Oí el
aullido de algún coyote, los graznidos de las lechuzas y el enfadoso canto de los
grillos.
Yo dormía solo en uno de los cuartos, como Alicia y los demás, así que la
imaginación podía hacerme alguna broma. El techo era muy alto y no se veían
las esquinas, de tantas telarañas que había. Además, los muros estaban llenos de
grietas y amenazaban con derrumbarse en cualquier momento. El lugar daba
miedo a pesar de que yo estaba acostumbrado a las historias de muertos y
espantos.
Una noche pasó lo que me esperaba. Después de un día agotador, en el que
paseamos a caballo y bajamos y subimos la barranca, caí como una piedra en la
cama. El cansancio me cerró los ojos de inmediato. Escuché un ruido detrás de la
puerta de mi cuarto, y enseguida una voz macabra que me llamaba muy
lentamente:
—¡Gui-ller-mo! —apenas si se oía la última sílaba de mi nombre. Me senté. No
sé si en ese momento temblaba de frío o de miedo. Me levanté. Acerqué mi oreja
a la puerta.
—¡Gui-ller-mo! —pronunció alguien con poca fuerza, como si apenas pudiera
alzar la voz.
Respiré hondo y giré la manija. Abrí la puerta y salí. No había nadie afuera. Los
grandes árboles eran movidos por el viento. A lo lejos ladraba un perro. De
repente la puerta se cerró a mi espalda. En el fondo del corredor alcancé a
distinguir una silueta que daba vuelta a la izquierda en dirección a mi cuarto.
Quise entrar pero la puerta tenía llave. Me mordí un poco el labio para no sentir
miedo. Caminé en sentido contrario, rumbo a la bodega donde almacenan
granos. Miré atrás y ahora la sombra me seguía mientras me llamaba por mi
nombre:
—¡Guillermo!
Corrí. Me detuve en el portón de la bodega. Lo empujé. No logré moverlo en el