Page 30 - La venganza de la mano amarilla y otras historias pesadillescas
P. 30

Un confortable ataúd para morir






               AL VIEJO Filomeno siempre le gustó trabajar entre los muertos. Su padre le

               enseñó el oficio de embalsamador y adquirió gran experiencia después de
               trabajar durante más de veinte años, restaurando cuerpos y haciéndolos
               presentables en Inhumaciones Vida Eterna en la capital. Por eso, cuando tuvo
               oportunidad, juntó sus ahorros y puso una funeraria en la ciudad donde nació.
               Compró una diversa gama de ataúdes de todos los tamaños, candelabros, sillas,
               equipo médico para embalsamar y hasta una carroza negra.


               Esperaba mejorar el semblante de los difuntos, contribuir a darles un entierro
               digno y, de paso, ganarse unos cuantos pesos. Para cumplir un viejo antojo la
               nombró Funeraria El Último Paso.


               Filomeno era alto y flaco como un espárrago, tenía las manos huesudas, los ojos
               saltones bajo unas afelpadas cejas, una pronunciada calvicie y ojeras muy
               oscuras que le daban un aspecto poco amistoso. Hablaba lo menos posible y si lo
               hacía era generalmente con gruñidos o con una voz cavernosa y repugnante. Le
               gustaba vestirse de negro, cepillarse los zapatos cada media hora y revisar en el
               periódico la nota roja para ver cuántas personas habían muerto el día anterior.


               Vivía solo desde hacía dos años: la última esposa que tuvo, Justina, lo abandonó
               porque no soportó su avaricia y su mal humor, además de su mal aliento. De
               hecho, aún conservaba una fotografía de ella, con un vestido de encaje azul y
               flores lilas. El único que aguantaba su compañía era un cuervo llamado
               Rasputín, que se alimentaba de las ratas vagabundas, pero que prefería la sopa de
               ojos de cerdo que su dueño le guisaba.


               Tenía una vieja mansión, herencia de su madre, que acondicionó para montar su
               negocio. Usó la sala principal como oficina, las amplias habitaciones como salas
               de exhibición, la cocina como cafetería, dos áreas como bodega, y otra más era

               la morgue donde preparaba los cuerpos de los fallecidos. Aun así, quedaron
               vacías varias habitaciones y salas, donde nando muebles apolillados, aparatos
               descompuestos, empaques de madera para proteger los ataúdes, puertas caídas,
               cofres, cartones llenos de ropa usada y una Enciclopedia Británica en edición de
   25   26   27   28   29   30   31   32   33   34   35