Page 33 - La venganza de la mano amarilla y otras historias pesadillescas
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—Órale —asintió Viqui.


               —Está bien —dijo Nacho, no muy convencido.


               —Entonces los espero el viernes a las cinco y media.


               —¡Vieja el que se raje! —retó Tavo.


               A las cinco y media del siguiente viernes esperaron la señal para entrar a la
               funeraria. Solamente Liz no asistió. De cinco a siete jugaron ¡Basta! y a la
               botella, y luego le echaron un vistazo al interior de la casona. Miraron las cajas
               fúnebres alineadas en las salas de exhibición, la morgue, las bodegas y, a través
               de la puerta del fondo que daba al patio, un jardín en ruinas.


               —¿Allá hay más cuartos? —preguntó Nacho.


               —Sí, algunos, pero nunca he entrado.


               Tavo, emocionado, los miró y propuso:


               —¡Está a todo dar para jugar al monstruo! ¡Aquí sí nos daría miedo!

               Se miraron unos a otros. Sonrieron.


               —¿Jugamos?


               —¡Sale! —opinó Hugo.


               —¿Vas a cerrar? —preguntó Viqui.


               —No; de cualquier modo, si llega un cliente tocará la campanilla.


               —Nunca he jugado dentro de una funeraria —aseguró Nacho, tragando saliva.


               —Que se valga hasta el fondo —pidió Tavo.


               —Pero ya está oscureciendo —protestó Nacho, temeroso.


               —¡Mejor! Va a ser más emocionante —afirmó Viqui.

               —Pero nada más tenemos hasta las ocho —precisó Hugo, echándole un vistazo a
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