Page 38 - La venganza de la mano amarilla y otras historias pesadillescas
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confortable. Un ruido le arrebató la concentración. Era como un pájaro

               carpintero dando golpecitos en la tapa. Luego sonó algo metálico. No supo con
               exactitud qué era. Dejó pasar diez minutos, para que el malvado tío se marchara
               y él pudiera abandonar aquel refugio.


               “¡Toc, toc!”, oyó. Hugo quiso que el corazón mismo se detuviera para no llamar
               la atención.

               —¿Hay alguien en casa? —dijo el viejo con una voz que parecía arrastrarse—.

               ¡Je, je, je,je!

               Lo había descubierto. ¡Estaba perdido!


               Hugo trató de salir pero no pudo mover la cubierta. Empujó con toda la fuerza
               que le fue posible reunir, pero fue inútil. Se sintió una sardina metida en una lata.
               Después tuvo la sensación de ser arrastrado por el piso y luego por la tierra. El
               movimiento duró uno o dos minutos. Vino una calma que le angustió tanto como

               los momentos de agitación, y fue rota por unos toquidos en el ataúd: “toc-toc”.

               —¿Estás ahí todavía?


               La voz se oía lejana. Hugo no respondió.


               —¿No te has muerto? ¡Qué lástima!


               Con las palmas golpeó la cubierta.


               —¡Sáquemeeeeeeeeeeeeeeeeeee!


               El grito se ahogó entre el terciopelo que recubría el interior de la caja.


               —¡Te mereces un castigo, igual que tus amigos! ¡Será emocionante disecarlos!

               Filomeno hablaba casi a gritos para ser oído. Hugo se horrorizó al darse cuenta
               de sus macabras intenciones.


               —Pero a ti no te voy a hacer nada. Nada más te voy a enterrar vivo. ¡Ja, ja, ja, ja,
               ja, ja!


               El viejo colocó el ataúd cerca de un hoyo repleto de hojarasca. Pensaba arrojarlo
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