Page 39 - La venganza de la mano amarilla y otras historias pesadillescas
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en él y cubrirlo con la tierra dura que yacía en un montículo, a un lado.
—Tu mamá va a sufrir. Se lo merece —sentenció lleno de resentimiento.
Hugo golpeaba la tapa con las fuerzas que le restaban. Empujaba con las
rodillas. Estaba desesperado. Sentía que el aire le faltaba. El lugar era estrecho, y
el terror a morir asfixiado lo dominó por completo.
Las lágrimas corrían en cascada desde sus ojos. Sudaba en abundancia. Con las
uñas arrancaba el terciopelo que recubría el interior. Los nudillos sangraban de
tanto golpear la cubierta. Iba a morir. Lo sabía. Y se rebelaba contra esa terrible
verdad.
No era justo. Era solamente un niño. Maldijo la hora en que se le ocurrió saludar
a su tío. Su mamá se lo había advertido. Sintió que movieron el ataúd y después,
un golpe fuerte que le lastimó la espalda. El viejo había aventado la caja al hoyo.
De inmediato empezó a cubrirla con tierra. Si él hubiera sabido que el viejo
escondía el cadáver de su esposa en aquel ropero, jamás habría jugado al
monstruo.
—Así aprenderás a no meterte donde no te importa —apenas alcanzó a escuchar.
La voz se alejaba en la medida en que la tierra caía sobre el ataúd.
Dejó de llorar. Era el fin. Moriría como una rata asfixiada. Aquella cavidad
oscura albergaría su cuerpo hasta que los gusanos acabaran por lamer sus huesos.
El aire se acababa. Pronto sus pulmones estallarían ante la falta de oxígeno.
Recordó a su madre. Cerró los ojos.
Filomeno echaba otra palada de tierra al sepulcro donde había arrojado a su
sobrino. El ataúd aún no estaba completamente cubierto. Sonrió satisfecho. Les
daría una lección ejemplar a esos mozalbetes. A su sobrino lo enterraría vivo y a
los dos que atrapó podría tal vez disecarlos. Hasta ahora no había disecado jamás
a un niño. La idea le produjo euforia. Podría completar “la familia”. Ya tenía a la
vieja Justina, al servicial Crispín y esas hermosas mascotas. Solo hacían falta un
par de niños. Esa era la familia que tanto había soñado. Pronto su sueño podría
hacerse realidad. Hundió la pala en la tierra pegajosa cuando oyó un grito: