Page 44 - La venganza de la mano amarilla y otras historias pesadillescas
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Dirigió la lámpara de mano hacia la mesa y se asombró al ver sobre ella extraños

               utensilios: dardos puntiagudos, dagas con empuñadura de marfil, un serrucho
               largo con mango en ambos extremos, mascadas de varios colores. Levantó la
               lámpara e iluminó unos objetos que colgaban del techo. Entonces el corazón
               empezó a sonar como un tambor: dentro de tres jaulas yacían los cadáveres de
               seis palomas. Apenas podía sostenerse en pie cuando oyó los goznes de la puerta
               quejarse. Se le pusieron los pelos de punta. Apretó los párpados para no ver.
               Quiso que la tierra se lo tragara.


               —¿Yimi? ¿Estás ahí?


               Aquella parecía una voz conocida. Hizo un esfuerzo por reconocerla. Sí, era la
               voz de su mamá. Su cuerpo se tranquilizó.


               —¿Qué haces aquí?

               —¿Mamá?


               —Sí, soy yo. Te he dicho que no quiero que entres.


               —Es que oí un grito.


               La mujer, mirándolo con indiferencia, agregó:


               —También yo lo oí.


               —Pero aquí no hay nadie. ¿Por qué están todas estas herramientas aquí?


               —Son de tu padre.

               —¿Mi padre?


               —Sí, el Mago de las Dagas.


               —¿Mago? —exclamó, para enseguida agregar—. ¿Y dónde está?


               La señora respiró hondo, obligada a darle una explicación.


               —Era un gran mago. Fue durante la última función que realizó. Después del acto
               donde me partía en dos con un serrucho y luego volvía a unirme, para cerrar su
               presentación con broche de oro se metió al baúl del más allá, ese cofre de
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