Page 48 - La venganza de la mano amarilla y otras historias pesadillescas
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El cadáver del canario
MIGUEL de pronto pareció sentir una mirada penetrante que le tocaba la nuca.
Volteó. El sucio anticuario lo miraba con el único ojo sano mientras sacudía con
una franela deshilachada los diversos objetos que ofrecía a la venta del mejor
postor. Solía visitar una vez al mes los tianguis de viejo que se montan los
domingos a la orilla de la ciudad. Le gustaba explorar los objetos que ahí se
exhibían y pasarse horas revisando libros extraños, monedas, relojes antiguos,
cofres, cuchillos con empuñaduras labradas, colecciones de insectos o
fotografías color sepia.
Era justamente uno de esos días cuando encontró un álbum de timbres postales
semejante al que le regaló a una novia de su juventud, un cuervo disecado que
parecía estar vivo, un libro de magia sin pastas y un oso de peluche café que le
gustó para su hija Marifer, y que estaba aún envuelto en papel celofán. Le pagó
ciento ochenta pesos por todo al hombre tuerto y regresó a casa convencido de
que había hecho una excelente compra.
Colocó el pájaro encima de la mesa de trabajo donde diseñaba proyectos y le
pasó la palma de la mano por la cabeza. Fue al cuarto de Marifer, que jugaba con
sus muñecas, y le pidió un beso a cambio del regalo que llevaba oculto atrás. La
niña le dio el beso rápido y le exigió su regalo.
—Ya, papi, dámelo. ¡Ándale, dámelo!
Él le entregó el oso de peluche y ella quedó encantada y lo abrazó con
entusiasmo. Teresa, su mamá, observaba la escena desde la puerta. Reparó en su
presencia.
—¡Hola, mi cielo!
—Hola. Te levantaste temprano.
—Sí. Fui al tianguis. Te traje esto.